miércoles, 18 de junio de 2008

Verano de la poesía

Que el verano signifique tiempo de solsticios, florecimientos y acampadas vacacionales no quiere decir que por arte de veleidosidad entremos a esos movimientos y, de ese modo, termine la paliza que proporciona el tiempo de la prisa con sus proyectos de volver a cada humano un objeto más en la vendimia. Para vivir un buen tiempo debo luchar y, así, levantarme y caminar no sólo hacia lo posible. Levantarme, sí… tomar de la mano a la vida siguiendo la sabia sentencia: “A Dios rogando y con el mazo dando.” Por ello, cuando Vanesa García me invitó a decir mis poemas a los niños durante la apertura del programa “Verano de la poesía” sólo vacilé porque por poco se me derrama un poco de café caliente sobre un recibo de luz; pero no dudé en aceptar tan inspiradora invitación.





Con Vanessa García.


En efecto, decir poesía a los niños es interesante como divertido y sólo se asemeja a toda acción donde uno puede fluir sin el tic-tac del monstruo reloj. Acepté con gusto porque decir poemas a los niños es también dejarse guiar por ellos para traspasar palabras y entrar a la poesía como se llega a una casa donde se puede jugar mientras el asombro ayuda a abrir más los ojos. Y así fue.




En la mañana del 15 de junio, en la rambla Cataluña de Guadalajara, gracias a la poesía pude perdonar lo que debía perdonar del invierno y me reconcilié con ciertos frutos que me heredó primavera. ¿El otoño?.. Ese árbol es promesa.

Cuando ejecuto actividades que se relacionan con la poesía, siento que le arrebato el látigo al engreído dios Crónos y en lugar de agarrarlo a trancazos, como bien se merece, le lanzo un conjuro para que se vaya no por un tubo (deben estar atascados) sino —y de manera directa— al basurero.

Haber estado con la poesía viviente que son los niños, fue oportunidad para reír y sentir una mañana de maravilla como deberían ser todas. Al respecto, reza un proverbio: “El tiempo que uno pasa riendo es tiempo que pasa con los dioses.”



En esta ocasión, como en otras, me acompañó Yoruba y sus tambores sagrados. Yoruba está integrado por un grupo de jóvenes que no tocan por tocar pues saben que el Tam-Tam también sirve para curar males del mundo. Yo me acoplo a Yoruba porque en mi poemario “El país de la mirada” hay mucho de Tam-Tam, como el poema dedicado a Chan-kin (patriarca de los lancandones) o mi poema León, que ofrecí desde un principio a Joseph Kessel. Los tambores hacen tanto bien pues su Tam-Tam es horizonte distinto al Tic-tac.
Agradezco tanto y tanto y tanto a los integrantes de Yoruba: José Antonio Quiñonez ( quien vivió dos años y medio en África y debido a ello sabe mucho sobre mensajes de los tambores) a Guillermo Rivas y a Christian Padilla ( Christian en esta ocasión no pudo estar de manera física porque se sintió en la necesidad de salir a una ciudad vecina).











































Guillermo Rivas, José Antonio Quiñonez y yo mismo.










El siguiente video me muestra en plena actuación. Ahí me encuentro diciendo "Éste es el poema león."

Durante y después de mi participación, La poeta Karla Sandomingo estaba ahí con esos ojos de asombro que le acompañan. Karla estaba lista para dirigir un taller de poesía y miré en su ser a una verdadera persona; es decir, en su ser percibí a alguien que se sabe alteridad y, por lo tanto, le da la bienvenida a la alteridad. Karla dirigió el taller a la alteridad más sagrada: Los niños.