miércoles, 29 de diciembre de 2010

Jesús, ¿quién eres tú?. ( A propósito de Navidad).

Dedico este escrito a la familia Perianza Jiménez y en especial a Elí.

Transcurría aproximadamente el año 1124 cuando, según la tradición cristiana, el poeta, defensor de la ecología, Francisco de Asís, el burgués que se hizo pobre y cambió de piel para convertirse en un revolucionario del amor al Reino de Dios, inició la representación del pesebre de Belén en Greccio, Italia, diciéndole a un buen hombre: “Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, vete y haz presto los preparativos como yo te digo; porque intento hacer una representación del niño que nació en Belén, de modo que se vea corporalmente como fue reclinado sobre el pesebre (1). Sin duda, el poeta Francisco contempló aquel pesebre con un corazón dispuesto a la exigencia, responsabilidad y (aunque parezca paradójico) jovialidad, que implica el seguimiento a la llamada radical de Jesús. La conciencia de este singular poeta no estaba manchada por la edad del crimen organizado y estaba exigua del ambiguo lenguaje de las tecnologías modernas; sin embargo, a los 25 años decide renunciar a la deshonra impresa en su ser a causa de pertenecer a la clase de los opulentos y descarados comerciantes que malgastaban su efemeridad en el deseo estúpido de ser más poderosos que el prójimo. Contraria a esta actitud, el poeta Francisco de Asís desde una mágica dimensión poética, cuyo centro fue Dios, actúa sin dobleces en el servició a lo despreciados de su época: los leprosos, los hambrientos, los empobrecidos; etcétera. A ejemplo de este extraordinario hombre, no encuentro una fiesta más simbólica que la Navidad, como oportunidad de renacer habiendo destruido al hombre viejo para volver a ser como niños: “De cierto os digo que quien no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él” (Lucas 18, 17). O si se prefieren las palabras del gran Federico Nietzsche: “La madurez del hombre consiste en haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño.”

A propósito de la Navidad con horizonte mercantilizado, Pablo Latapí en el periódico Excelsior del 12 de julio de 1975, con severa actitud preguntaba: “Al típico hombre de hoy ¿llega la Navidad?”. Este intelectual mexicano responde que la Navidad en su verdadero sentido sólo pertenece a los hombres auténticos y profundamente religiosos. Es curioso, los típicos hombres de hoy, emboscados de tecno-mercancía, también se preocupan por construir nacimientos
adornándolos de múltiples artificios, entre los cuales se destacan los foquitos que se encienden y apagan; foquitos muy lejos de simbolizar a las estrellas que quizás nos conducirían a una necesaria reflexión sobre el misterio del universo
y tal vez nos llevarían a exclamar como el Físico-filósofo-místico, Albert Einstein: “La emoción más hermosa y profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico. Es la semilla de toda ciencia verdadera. Aquel que es ajeno a esta emoción, que no puede maravillarse y quedar sobrecogido de terror, está de hecho muerto...” (2) Foquitos o flores de pascua que de escucharlas bien podríamos percibir que nos gritan: ¡Muere y vuelve a nacer!, porque “si el grano de trigo no muere, no da fruto” (Juan 12, 24).

En muchas partes, una gran multitud traerá a sus casas el heno y el musgo de los árboles para erigir el pesebre. ¿Acaso para honrar la sencillez y la moderación?.. ¿O sólo para decorar y de esa manera estar a la usanza decembrina? ¿Para qué despojar árboles de su hermosura si nuestro corazón está hipnotizado por el consumismo y somos indiferentes a encontrarnos presos de las maquinaciones de los dueños del desarrollo económico global y nos importa “un comino” sabernos seres que obnubilan lo esencial, como bien nos enseñó el extraordinario escritor Antoine de Saint-Exupery en su libro ( en verdad es un poema) El principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Desafortunadamente, en nuestro a punto de acabar el 2010, la mayoría de los seres humanos nos negamos a ver con el corazón y lo esencial continúa siendo invisible a los ojos de quienes han perdido al hombre como hermano y lo han vuelto a encontrar como lobo, perro, infierno o un semejante a quien pisotear. Los filósofos T. Hobbes y J. P. Sartre, en mucho no se equivocaron al explicar la situación del hombre contemporáneo. En efecto, ambos coinciden en la necesidad de destruir la mugre superficial de un mundo para comenzar a ver el rostro del hombre más allá de las apariencias.

Es penoso observar a empobrecidos tirar a la basura sus endebles aguinaldos; da coraje saber a los enriquecidos olvidados de la viuda, del huérfano, del que gana un salario indigno, del encarcelado, de quien se debate en la crueldad del hambre, del ciudadano que sin ton ni son es asesinado en la calle; etcétera.

Próximo a ser rebasado el primer decenio de esta era cifrada en la violencia, celebraremos el acontecimiento más sorprendente sobre la tierra (al menos para la tradición cristiana; claro): Dios que se hizo hombre para nacer entre los pobres. Sí, En el fugaz 25 de diciembre de 2010, celebraremos 787 (setecientos ochenta y siete años) de simbolizar, año tras año, el nacimiento del niño Dios en el pesebre de Belén, quizás sólo para sublimar la impotencia de no tener el coraje suficiente de mirarnos con honestidad y, por fin, hacer del mundo la fiesta verdadera. La fiesta donde se derrumben muros y cada quien se quite los gusanos obtenidos en el sepulcro llamado establishment para levantarnos revitalizados como Lázaro bíblico (que no creo se haya enojado por vivir nuevamente) para alabar, por fin, al sol, al agua; a la magia y riqueza verdadera de todas las maravillas naturales. Bien preguntaba el viejo Whitman en su Canto de la Tierra que Gira: “¿Dejarás que se pudra en ti tu propio fruto?/ ¿Lo dejarás agazaparse y hundirse?.”

Duele ver el Reino de Dios atacado por malévolos que desearían dejarlo en un paréntesis. Duele ver el Reino de Dios desechado por millones de gente como fábula o basura. Duele ver el Reino de Dios que pretenden partir quienes están partidos por partidos políticos acostumbrados a la traición y al crimen. Duele encontrar la Navidad reducida a navidería o a mero intercambio de regalos donde no existe el corazón. Duele ver expresiones navideñas envueltas en el sentimentalismo y romanticismo que no conducen a Dios. Pero el Reino de Dios que es como un ya está aquí pero todavía no, canta y vibra porque tiene la fuerza de lo que no puede explicarse sólo mediante la razón y porque (siguiendo otra vez al viejo Whitman en el poema citado):

¡Quien quiera que seas!
Es para ti hombre o mujer
Que el sol y la luna penden del cielo,
Pues nadie más que tú es presente y pretérito,
Pues nadie más que tú es la inmortalidad.

Lector apreciable: como ya te diste cuenta, la intención de mi reflexión pretende despertar en ti, en mí y en todos, el sentido verdadero de la Navidad por si lo hemos perdido. Si así no fuera: ¡Alabado sea pensar actuar y vivir!.. Pues como nos indica el filósofo y teólogo brasileño, Leonardo Boff: “…Ante el pesebre, con el niño entre el buey y el asno, la virgen y el buen José, los pastores y las ovejas, la estrella y las profesiones, la naturaleza, las montañas, las aguas, el universo de las cosas y de los hombres, todo se congracia y se reconcilia ante el Recién nacido” (3).
Con espíritu de verdadero cristianismo (para los que aún somos cristianos a pesar de tanta impunidad dentro, inclusive, de las estructuras eclesiásticas) o para quienes no son cristianos, pero buscan ser hombres libres, justos y responsables: ¡Construyamos pesebres! ¡Qué retumbe la tierra, pues es Dios quien nace! ¡Qué sonría el Niño Dios que llevamos dentro y sostengamos su sonrisa una y otra vez!

Lector, apreciable, si por casualidad mis letras te parecen desatinadas, no está demás seguir el consejo del corrupto rey Herodes (4): “Vayan y averigüen que hay de ese niño." (Mateo 2, 8). Si eres sensato, al acercarte al pesebre y mirar de frente al recién-nacido, cuando menos preguntarás (porque es de sabios y magos preguntar): Jesús, ¿quién eres tú?.. Y si él te responde con cualquiera de las múltiples formas que tiene Dios de responder, quizás no desees devorarlo.

Citas:
(1) Florecillas de San Francisco. Ediciones paulinas. México, 1978. pp. 254.
(2) L. Barnett. El Universo y el doctor Einstein. F.C.E. México 1973. p 95.
(3) Boff, Leonardo. Jesucristo el liberador, Sal Terrae. España, 1995.pp. 170-171.
(4) Misal. 1995, Obra Nacional de la Buena Prensa. México, 1994, p.25.