miércoles, 16 de febrero de 2011

Algo sobre la luz desprendida del poemario "Alucinacimiento" de Julio César Aguilar.

El 4 de diciembre de 2010 en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL 2010) el poeta Julio César Aguilar, a través de la editorial Literalia Editores cuya directora es la poeta Patricia Medina, me invitó a presentar su libro Alucinacimiento. Presentación que efectuamos en el salón “C” de la Expo-Guadalajara. Aquí expongo mis palabras.

Desde el escenario milenario no sólo escenario sino también punto de partida: en un alucinacimiento y dentro de un paisaje oriental, Matsuo Basho después de sentir el vuelo de una mariposa, despertó hoy en la mirada del poeta Julio César Aguilar en el salón “C” de la expo Guadalajara en esta Feria Internacional del Libro (FIL 2010), pues Julio César vino a sacudir las ramas de ese árbol literario de la tradición japonesa llamada haikú, y en esa sacudida caen hojas sin precio; hojas de diecisiete sílabas repartidas en tres versos. ¿Alguien las quiere recoger para llevarlas en su bolsillo como un niño guarda lo que no puede decirse con palabras traidoras de la luz?

Al abrir el libro de Julio César, la luz perteneciente a todos los tiempos me hizo renacer la experiencia obtenida hace algunos años mientras aprendía una milenaria técnica Zen, de curación oriental, cuyo centro es la poesía (y los haikús –no olvidemos— tienen fundamentación en la sabiduría Zen). Aprendizaje que me valió la burla de algunos “filósofos” indiferentes a la sabiduría oriental como si lo imposible de caber en su cajón de seguridades, pudiera ser desechado en un basurero del logos. No obstante, a decir verdad, vi en el trasfondo de esos rostros burlones el miedo platónico ante lo distinto (miedo a las voces no asumibles en lo Uno).


En efecto, quienes no saben del poder de la poesía jamás podrán abrevar la luz para atisbar lo innombrable. Lo innombrable también revelándose ahora en el poemario Alucinacimiento; libro transfigurando el dolor y la alegría para mostrar lo maravilloso. Porque ese nombrar lo innombrable —respetables señores— es trabajo de los poetas y de algunos filósofos; de algunos, digo, porque muchos de estos últimos, como ya dejé aclarado, hablan sólo para negar lo exterior a su mundo cerrado. Por ello el poeta Julio César Aguilar, dice:

“dios eres tú
mas no todo filósofo
es un poeta"


En los poemas nacidos del árbol Alucinacimiento no encontramos una convocación a meramente estudiar objetos ni para adentrarnos en juegos de palabras propios de holgazanes. Aquí, sólo hay motivos para vislumbrarnos a partir de la innegable alteridad que constituye al poeta Julio César Aguilar quien, con exquisita sensibilidad, ha dedicado su libro a la memoria de su abuelita Soledad Zúñiga Álzaga, sabiendo que cuando la injusticia se convierte en perro ansioso de mordernos, los abuelos (dicho sea de paso: Matsuo Basho es uno de los abuelos de los poetas que nos señalaron por primera vez la rama haikú; rama del árbol poesía) aún desde el más allá nos defienden con lengua de manantiales, astros y flores.

“A la memoria de
Soledad Zúñiga Álzaga
—mi abuelita—
por su sabiduría elemental”

El poeta Julio César Aguilar muestra con sus versos, respetuosos de la altura de los otros, que la faena poética no apunta a lugares comunes y apuntar fuera de ese horizonte, cuando una parte del mundo sólo se alucina ante imágenes semejantes a las televisivas, a veces significa portar en el corazón el dolor de niños quienes, de manera incansable, muestran las pequeñas cosas; me refiero a los niños mancillados por adultos de rebuznar en lugar de amar.

Cada haikú comprendido en Alucinacimiento no lleva el sentido de producir seguridades ni respuestas en el orden del ser filosófico; antes bien, el poeta Julio César ha sembrado, en este libro, flores abiertas para resignificar el mundo.

“entre los sueños
hacen su realidad
los soñadores”

El trabajo poético explicito en el poemario Alucinacimiento está basado en el constante desbaratamiento de las verdades preestablecidas y, por lo tanto, insisto, ni uno sólo de estos poemas puede quedar apresado en la racionalidad que rebuzna, porque Julio César Aguilar muestra de manera lúcida que el poeta no es sirviente de nadie ni de nada. Antes bien, el poeta alejado del pragmatismo del mundo tecnificado, nombra a la naturaleza y su manera de nombrarla (como hicieran los sabios Zen) dignifica a la vida. Lo anterior, está por demás decirlo, se puede constatar en el poemario Alucinacimiento donde se sugiere que la actitud poética apunta a no dar nada por determinado. En este sentido, la poesía es una reconstrucción de la realidad que nos proporciona el miramiento necesario para habitar el mundo con oídos atentos. Y, por ello, el poeta sugiere:

“mientras los muertos
a sus muertos sepultan
vivir la vida”