miércoles, 11 de enero de 2012

Desenvolvamos el valor del servicio en este año nuevo.

(Dedico este escrito a Facundo Cabral, quien como canta-autor, llenó al mundo de esperanza. In Memoriam).

¿Alguna vez has sentido que tú eres el otro experimentándote como el compañero de al lado, el señor o las señora de la limpieza, el niño en busca de subsistencia en un basurero, el administrador de una empresa, la muchacha cocinera trabajando muchas horas para satisfacer tu hambre, el trabajador honesto y, sin embargo, realizador de malabares para llegar –a duras penas—al fin de quincena para no morir de hambre, ¿Acaso te has sentido albañil cuya vida depende del hilo-andamio a cientos de metros de altura? ¿Has visto con los ojos de un músico de camiones o con los propios de los invidentes; aquellos ojos puestos no sólo en el alma? ¿Te has experimentado como papá, mamá, niño, tío, hermano, primo; etcétera? Tal vez también te has adentrado en ojos de quienes realizan proyectos sensibles e inteligentes de servicio y has devenido una existencia con y para los otros. Cuando escribo la expresión con los otros, también incluyo a los animales quienes siempre deberían ser tomados en cuenta en nuestras consideraciones morales. Sin olvidar aquí a Emmanuel Lévinas que ve especialmente en el rostro del hombre la epifanía donde Dios revela.

Cuando nos hemos vivido escindidos, experimentando sólo nuestro lado oscuro y hemos señalado de manera cruel a los otros como causantes de nuestros daños: ¿acaso, en un brote de lucidez, no sentimos que nos hemos señalado a nosotros mismos? Y cuando hemos armonizado lo blanco y lo negro convirtiéndonos en luz para los otros: ¿no nos intensificamos en hermosura por haber asumido nuestra realidad humana a veces sólo puesta en un horrible paréntesis? Quien no siente de este modo, ¿puede hablar de verdadero servicio y creerse revolucionario o un hacedor de justicia? Puede; por supuesto que puede, pero será mera vocinglería alimentada en la razón de estrategias cínicas. Muchas noticias impresas en los mass medias (y, en especial, otras tantas sobre nuevas formas de hacerle la guerra a los otros) como constatamos en el pasado 2011, me economizan las palabras.

El filósofo judío Martin Buber, dejó escrito el legado de su búsqueda que fue, es y ha sido vivido por seres ejemplos de humanidad debido a sus proyectos de justicia en términos de solidaridad: “No existe el yo sin el tú”[1] ¿Acaso la gente se arregla frente al espejo sólo para agradarse a sí misma?.. Por otra parte, bien mirado, el modo como tratamos a los otros, depende de nuestro pensar sobre el significado de ser persona; de tal manera que si en el fondo pienso en las realidades humanas como cosas, lo sepa o no, de manera irremediable pisotearé a los otros, pues mi mirada no alcanzará a ver lo sagrado impreso en esas otras realidades (lo sagrado es expresado aquí como contraposición a lo que deviene cosa al servicio de un mero pragmatismo mercadotécnico). En términos cristianos, ya que estamos en los inicios del 2012, bien ha mencionado un teólogo: en lugar de devenir rey mago –servidor auténtico del otro— me convierto en una especie de rey Midas al tomar al otro como mera mediación para proyectos fundados en el deseo del oro; del poder y la avaricia.

Analicemos la frase tú eres yo, pero invertida. ¿Hay diferencia en decir tú eres yo, a expresar yo soy tú? Por supuesto, sí la hay. Quizás esta diferencia explique la voluntad de dominio prevaleciendo y caracterizando la macro-historia sobre nuestro planeta. Cuando digo yo soy tú, impongo mis razones imposibles de aceptar las diferencias. El dominio de una pocas naciones sobre otras; la explotación del hombre por el hombre; el haber convertido a Dios en imagen y semejanza del ego enfermo, se explica desde esta cerrada mentalidad.

Cuán espantosa ha sido la realidad al ser creada desde un yo solipcista y dominador; un yo imposibilitado para tomar en cuenta el corazón del otro. Veamos: El yo soy tú se encuentra lejos de captar la realidad del otro porque quien así vive no ha permitido la liberación de su conciencia; no ha escuchado al otro que también vive dentro de sí mismo; se ha vuelto sordo al universo y ha impuesto sus fanatismos, sus dogmatismos; vaya: sus subjetivismos. En cambio, el tú eres yo, habla de posibilidades de crecimiento y nos invita a ser personas siempre dispuestas a cambiar de mirada a fin de darnos cuenta de todo lo que hemos negado; incluyendo a los animales por supuesto (pues aunque éstos últimos –según los eticólogos de corte kantiano—no puedan ser defendidos en términos de dignidad; no por ello dejan de ser valiosos, inteligentes y misteriosos desde perspectivas múltiples).

En más de una ocasión he escuchado a filósofos latinoamericanos que, siguiendo al filósofo español Xavier Zubiri, lanzan severas críticas a las definiciones de hombre que no toman en cuentas su naturaleza inteligente sensible. El hombre, dicen, no puede definirse sólo como animal racional. Si así se le definiera quedarían excluidos los pueblos que, antes de racionalizar, tienen urgencia de satisfacer el hambre y abandonar la miseria; quedarían excluidos los niños en sus fases concipientes y ludicantes; por ello, muchos filósofos latinoamericanos proponen –siguiendo a X. Zubiri—que el hombre debería definirse como “animal inteligente sentiente.” Hay demasiada verdad en esta propuesta porque, además, el alcance de esta mirada se puede corroborar con los modernos hallazgos científicos sobre el rubro inteligencia. Por ello, más allá de un asunto de moda o de Best sellers, es válido hablar hoy sobre inteligencia emocional (que bien mirado termina siendo una ética de la emociones) que es sobre todo una inteligencia imposible de olvidar el corazón.

En resumen: el yo soy tú destruye al otro, pues le niega el derecho a manifestar su diferencia y a expresarse a través de su propia palabra. Por contraposición, el tú eres yo nos eleva a vivirnos personas grandes por humanas; verdaderamente empáticas, coherentes, congruentes, responsables, libres. Tal cual vivieron y bien pueden vivir en nuestro interior y exterior, seres extraordinarios como Buda, Jesús de Nazaret, James Aggrey (prócer de la liberación de Ghana), Ghandi, Luther King, Teresa de Calcuta, Dante Aligheri, Miguel de Cervantes Saavedra; quizás nuestros padres, nuestros abuelos, el pintor que vive en la calle, el payasito, el tragafuegos; etcétera.

Pero duele constatar como en muchos ámbitos lo que menos importa es crecer como humanos y, por consecuencia, el fondo de lo que implica reconocer al otro es reducido a polvo. Y, peor aún, es deplorable constatar el miedo en quienes hoy se comportan como lugartenientes medievales que impávidos –y muchas veces con aplausos-- miraban morir a la inocencia. ¡Ah!: ¡Todos los siglos de horror se pueden dar en instantes de los desencuentros! ¡Ah!: ¡Cuánto desencuentro hay en quienes debido a sus sueños de oropel y de artificio viven proyectos donde el otro permanece enterrado.

Hace algún tiempo, un amigo me persuadió al estudio de libros sobre inteligencia emocional; libros donde se repara en la educación de los sentimientos y emociones. Cuánta similitud he hallado entre la manera de ver al hombre por parte de estos estudios, con la manera de mirar al hombre, como ya más o menos dejé explicado, por parte de nuestros filósofos latinoamericanos.[2] Pienso lo grandioso que sería conjuntar las intuiciones de la filosofía latinoamericana con los descubrimientos de los autores sobre inteligencia emocional (inteligencia emocional como ética de las emociones; claro). Sin duda esta conjunción nos proporcionaría grandes descubrimientos para nuestro deseo de ver y actuar con nuestros semejantes a partir de los que nos particulariza como espacio latinoamericano sin olvidar las coincidencias que nos unifican con el mundo.

Dicen algunos genetistas que en las narices de cada ser humano es muy probable que se encuentren células que pertenecieron a nuestros hermanos los dinosaurios. Si esto es verdad, no es muy exagerado decir que también portamos células de hombres primitivos, parisinos, africanos y elefantes. ¡Hasta la genética confirma nuestro vivir en un mundo hermanado! Luego, entonces, no está de más subrayar: “Lo que hago al otro me lo hago a mí mismo” y, de esta manera, nos movemos en el plano donde amar lo otro significa una opción de ética desprendida del amor que necesariamente se manifiesta en términos de justicia comprometida de manera solidaria. El filósofo latinoamericano Enrique Dussel expresa de manera brillante esta cuestión: “Es necesario situarse cara-a-cara en la gratuidad del servicio.” Esto es igual a decir: la elección salvadora consiste en aprender a situarnos, ante el otro, en una relación de hermanos donde nadie –presa de sus deseos de poder—mata al otro. Y dónde nadie –presa de su demencia—sacaría a relucir sus sentimientos de inferioridad expresados en delirios de grandeza.

Imaginemos a los dueños de las empresas situados en el tú eres yo. Con seguridad, estos empresarios se preocuparían por el trato digno hacia cualquier trabajador, pues se darían cuenta de que se hace justicia al comenzar a comprender la historia de cada persona, no sólo la historia lejana; sino la inmediata, y tendrían ojos para ver a quien hoy no se ha comprendido, a quien no pudo darle de comer a sus hijos o sufrió un accidente en su auto mientras se conducía al trabajo; etcétera. Por supuesto, la relación de servicio del cara-a-cara ético nos volvería conscientes de quien sufre la pérdida de un familiar cercano o el diagnóstico fatal de un médico; por poner algunos ejemplos. Seguramente en esas empresas nadie se erigiría en lobo para el otro. Al respecto y al revisar una invitación para asistir a una obra de teatro del genial Edward Hopper, me sorprendió la frase del inicio de esa invitación: “Sostenemos la mirada sin darnos cuenta que a quien vemos es a nosotros mismos dentro de esa habitación.”Así, quien se niega a ser (a fuerza de no querer conocerse) mirará sapos y demonios en el otro; sin reparar en que mira sus propios sapos y demonios. Por contraparte: si esa persona debido a la lucha que conlleva al cambio de mirada ha devenido armoniosa, mirará lo sorprendente gracias al misterio inalienable, impreso en cada ser humano.

Imaginemos el tú eres yo en nuestras relaciones de pareja: con grande amor sabríamos oír, pues como lo indica nuestro filósofo Enrique Dussel: “saber oír es condición del saber interpretar para saber servir.” El no saber oír nos hace perder lo sagrado y maravilloso de la voz distinta. Si realmente escucháramos la voz del otro, nadie vendería su alma a cambio de negrura y, además, tomaríamos la opción de ser honestos no sólo por amor propio. Siguiendo este horizonte: imaginemos que los jefes de Estado de países poderosos antes de tomar decisiones donde se pone en peligro la vida impresa en la tierra, de pronto dijeran: ¡Tú a quien deseo aplastar, eres yo!

Quizás a alguien le parezca ingenuo lo hasta aquí dicho. Sí, cuando nos negamos a crecer como verdaderos humanos, el amor suele sonar a ingenuidad y, no obstante, sólo el amor incondicional y que se manifiesta en la gratuidad del servicio que sabe mirar al otro como otro, es el que salva. ¿Acaso no estamos hartos del poder que pisotea la dignidad? ¿Hasta cuándo nos pondremos de parte del amor que da vida en abundancia?

Miremos, sintamos, pensemos: ¡Cuántos siglos han pasado de ser sólo espectadores de espantosos fratricidios! ¡Cuántos milenios de sacrificar a la inocencia en nombre del absurdo! ¡Cuántos siglos de indiferencia!

En verdad, no parece bueno sólo mirar, sentir y pensar todo lo que disminuye nuestra condición humana; también es necesario darse cuenta de las pasadas y actuales realizaciones de quienes actuaron y actúan éticamente cifrados en el servicio y, así, tomar ejemplo. Quizás ese darnos cuenta nos motive y nos lance a la acción que sabe escuchar para hacer de este año 2012 una casa sin violencia.

El tú eres yo; la empatía verdadera: sentir dentro o desde dentro del otro, es el fundamento de todo auténtico servicio y conlleva no sólo la relación de un ser humano ante otro ser humano (aunque esta relación es principio insoslayable; pues como señalara don Octavio Paz en su poema Mutra: “… el hombre sólo es hombre entre los hombres”).

El tú eres yo; la empatía verdadera, debería darse en relación con los seres y las cosas.[3] Sí, imagínate diciendo sin temor a sentir: árbol, tú eres yo; sol y luna, ustedes son yo; jaguar, tú eres yo; agua, tú eres yo… En este momento llegan a mi memoria algunos referentes del cantante y autor argentino Facundo Cabral. Autor asesinado en Guatemala en el amanecer del 9 de julio de 2011, cuando en su obra discográfica (parecida también a su testamento): “No estás deprimido, estás distraído,” nos menciona otros horizontes con los que también podríamos crear empatía: “…las flores del campo, el chocolate de la Perugia, la baguette francesa, los tacos mexicanos (…) los mares y los ríos…” Pero sobre todo y siguiendo la perspectiva, que en este escrito he dejado entrever como insoslayable, necesitamos solidarizarnos con los empobrecidos, los hambrientos, los que lloran, los odiados, los excluidos, los proscritos; tal como lo entrevió en el discurso inaugural de Las bienaventuranzas: Jesús, el de Nazaret.
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[1] En Europa entre los buscadores de la presencia del otro (el tema de la otredad) destacan los filósofos Emmanuel Lévinas, Jaques Derrida y Gadamer. Retomando y añadiendo nuevos aspectos a la cuestión fenomenológica, los tres son continuadores de las intuiciones del filósofo
judío Martin Buber. Lévinas coincide en muchos aspectos con Buber, pero también marca sus diferencias y sus nuevos descubrimientos se han forjado en luz para el reflexionar filosófico no sólo en Europa, sino también de América Latina.

[2] Cfr. RICO, Bovio, A: Las fronteras del cuerpo, México. Edit. Joaquín Mortiz, p. 13.

[3] La actual teología cristiana (no sólo católica) apoyada por la filosofía, la antropología y la sociología, está explorando con sagacidad acontecimientos que para otras ciencias pasan desapercibidos. Por ejemplo, el teólogo brasileño Leonardo Boff nos dice en su “Gracia y Liberación del hombre,” Ediciones Cristiandad, Madrid 1980: “… el encuentro es una manera de situarse ante la realidad.” En efecto, esta idea llena de concreción histórica nos habla de una actitud hacia el mundo; actitud que puede ser de soberbia, o de aceptación creativa ante las diferencias.

BIBLIOGRAFÍA

PAZ, Octavio: La estación violenta. FCE, México, 1958.
TOURAINE, Alain: Critique de la Modernité. FAYARD, Paris, 1992.
RICO, Bovio, A: Las fronteras del cuerpo. JOAQUÍN MORTIZ, México, 1976.
LEVINAS, Emmanuel: La huella del otro, TAURUS, México, 1991.
DUSSEL, Enrique: Filosofía ética latinoamericana. EDICOL, México, 1978.
AA.VV: Acerca de la filosofía latinoamericana. GRIJALVO, México, 1976.

Facundo Cabral
: "Vuele bajo."