domingo, 24 de marzo de 2013

CONCURSO DE ROBÓTICA EN EL TEC DE MONTERREY: “MECATRÓN”


LA MECATRÓNICA BIEN PODRÍA CONTRIBUIR A SALVAR NUESTRO DESASTRE PLANETARIO (O BREVE HISTORIA SOBRE MI EXPERIENCIA EN UN CONCURSO DE ROBÓTICA EN EL TEC DE MONTRREY, CAMPUS GUADALAJARA).

Atravesaba uno de los patios del TEC de Monterrey (lugar donde trabajo como profesor) para conducirme a casa. Eran en ese momento las 5: 45 de la tarde del día 20 de marzo del 2013. Mi único proyecto inmediato consistía en llegar a mi madriguera para terminar de leer  la novela “Nada” escrita por la bella novelista danesa Janne Teller. Pero como atravesar un sendero me sigue significando ir tras el proyecto de abandonar cualquier objetivo hacia el futuro si la fuerza del instante lo amerita, no dudé al pasar frente a  una fuente magnífica, compañera de ayudar a relajarme, en conducirme frente a ésta donde observé cómo sobre el agua estaba instalado un escenario para un concurso de cuatro pruebas por las que habrían de pasar pequeños robots confeccionados por  estudiantes de la carrera de “Mecatrónica." Es verdad, no soy experto en el  horizonte de esta ciencia, pero el sentido común me hace ver que atrás de cualquier aparato reconocido como “lap top”, “ipod touch”, “iphone”, y computadoras de mil tipos, está la Mecatrónica. Y, aunque suene a ciencia nueva, la Mecatrónica tiene una historia tan antigua como  fundamental dentro del horizonte de la tecnología. Tan necesaria es esta científica perspectiva que, seguramente, ya estaba volando en neuronas de Galileo Galilei  y de Leonardo Da Vinci.  Por consecuencia, mi vocación  poética como filosófica me hizo tomar la decisión de  quedarme a vivir el concurso porque –debo reconocerlo— tenía necesidad de reír en ese día, y este evento  prometía llegar a esa meta. Pero, además, también latía en mí el insistente deseo de plantearme preguntas sobre el trasfondo de esos robots pequeños y  movidos por la fuerza de sensores que, en lenguaje mecatrónico, suelen nombrar como “control.”
Concursos de robots autónomos, confeccionados para atravesar “todo terreno,” ya se han efectuado en la NASA, pues la conquista del planeta Marte les exige robots de ese tipo. Humm,  pero en el universitario campus Guadalajara es primera vez que he tenido el honor de presenciar un escenario con atmósfera de lógica digital en cuestión.


Mientras en una grada esperaba el comienzo de esta prueba, me concienticé de cómo a  una gran mayoría de estudiantes --integrando los 25 equipos a competir-- me encuentro en este semestre impartiendo la materia de “Ética, persona y sociedad.”  Y, debido a ello, fue justo reconocernos con variadas formas de saludos. Saludos aprovechados también para tratar de resolver preguntas conducentes a llenar mis vacíos sobre la robótica. Mis estudiantes, con generosidad, fueron resolviendo mis cuestionamientos para seres no especialistas en la “Aritmética computacional.” Pero, ante esta circunstancia,  me quedó una pregunta  volando de manera implacable. Circunstancia en apariencia resuelta en el sueño que tuve  esa misma noche del 20 de marzo de 2013.
El concurso terminó más o menos a las nueve de la noche e instantes después de este evento, dentro del transporte que me condujo a casa, deseaba resumir lo experimentado. En efecto, estaba dándole vueltas a esta cuestión cuando, de pronto, mis neuronas mentales se juntaron para recordarme la frase de Friedrich Nietzsche: “Antes de ser hombres de ciencia, deberíamos ser hombres;” frase que tradujo lo más impactante en este evento: ver a mis estudiantes ser hombres; pues el hombre que se jacta de ser hombre nunca debería dejar de jugar. Y, en efecto, en este concurso las expresiones de los rostros de estos jóvenes eran humanas porque se dispusieron a jugar.


En esa noche del 20 de marzo de 2013, después de terminar el  concurso referido y concluir  mi lectura sobre la novela “Nada”, soñé que George Boole, en persona, me daba una clase de “Álgebra” para comprender, de una vez por todas, lo que debe ser la Aritmética posmoderna. Sí, mientras el Señor Boole me explicaba todas estas urgentes necesidades, de manera contundente, personal y directa: cuatro gatos tocaban violines interpretando partes del concierto de Brandemburgo número 5 en Re mayor, de Johan Sebastian Bach. ¡Increíble!: los gatos agachaban cuello y espalda para dar gracias de refinada manera a mis aplausos.

ALGO MÁS DEL SUEÑO:
 
Llegó la hora del evento citado: CONCURSO DE ROBÓTICA: “MECATRÓN” y algunos de mis conocidos se adentran  al agua de la fuente para proteger esas pequeñas estructuras cuyos sensores, de inteligencia artificial, fueron planificados por los estudiantes del TEC de Monterrey, campus Guadalajara, para superar cuatro tipos de abruptos terrenos con piedras, gradas, hielo y fuego.  Pronto los pequeños robots, entre las manos de sus creadores, al ser ovacionados y nombrados como Chafimo, Mo-thor, r2d2, Imparable, War machine, La momia, el Pequeño Toby, Bob; etcétera,  cobran vida y sentimientos tales como capacidad de gozar y sufrir hasta amar. De pronto,  el Maestro George Boole me marca con números y letras (en un pizarrón con estrellas como trasfondo) fundamentos por los cuales un robot después de pasar por fuego y agua fundidos y consolidados (¡imagínense agua y fuego fundidos y consolidados!) podría devenir humano. Comprendí todo, al menos en mi sueño, por supuesto.


Apreciables estudiantes de la carrera de Mecatrónica:
¡Gracias por existir!
 
Martín Mérida