martes, 12 de abril de 2016

LAS PUERTAS QUE SE CIERRAN




Doy gracias  a las puertas que se me cerraron, intentando romperme las narices, sin conocer la historia de mi rostro y, por supuesto, el de mi nombre Martín Mérida (no voy a desvelarme con lamentos ni reflexiones sobre su gran fragilidad constitutiva. Fragilidad dejándose entrever en sus dinteles oxidados) porque, gracias a ellas, pude quitar el cerrojo de  otras bienaventuradas puertas que encontré en el camino. Puertas que bendigo (como en mi ahora bendigo a ésta muy luminosa de abrirme sus hojas al alcázar).

Martín Mérida​ (venido de Chiapas para residir en Guadalajara entre los de corazón muy lejos del carbón apagado que se posicionó  en la oquedad del pecho de aquellos  de caminar con medias tintas y muecas que no  llegan ni a los callos a la bondad, cuando es auténtica).


SOBRE LAS ALMAS TOCADAS POR LA DIVINIDAD



Las almas tocadas por la divinidad conmueven a los gatos (y demás criaturas de naturaleza inteligente aunque no necesariamente racional). Los gatos como las almas tocadas por la voluntad divina (semejante al niño que aparece en la imagen fotográfica) quedan pagadas con divinidad misma como bien solía y suele decir el amigo San Juan de la Cruz:

“Que estando la voluntad
de divinidad tocada,
no puede quedar pagada
sino con divinidad;
más, por ser tal su hermosura,
que sólo se ve por fe,
gústala de un no sé qué
que se halla por ventura.”

Mi amigo Fernando Esteban Larrinaga Robles quien fue y ahora es –luego de su trascendencia-- músico por excelencia, es una de esas almas tocadas por lo divino. Por consecuencia, sigue conmoviendo tanto a los animales que habitan en el arco-iris y en otras dimensiones de fantásticos colores, como a otros seres de naturaleza distinta aunque hermanos de ellos. Por consecuencia, estos seres continúan dándole regalos de finura de ángeles como el que proporciona la verdadera escucha.

Amigos: ¡Gracias por hacerse cargo del corazón que Dios nos concedió!

Martín Mérida